Martín Díaz / La Nube
En Altamira, el alcalde Armando Martínez y su esposa, Rossy Luque, no solo se han burlado de la inteligencia del pueblo, sino que han escalado su descaro a un nivel inaceptable. El Premio Internacional Tonantzin, un galardón que han comprado para la presidenta del DIF en cuatro ocasiones, ahora ha sido entregado a su hija.
Este premio, que se presenta como un reconocimiento a los «mejores servidores públicos», en realidad se distribuyó como barajitas de colección a quienes tuvieron los recursos económicos para hacerse merecedores de él. Un premio que no tiene valor moral y que solo sirve para alimentar el ego de quienes lo adquieren.
No dudamos de que la hija, al igual que cualquier joven que se adentra en el servicio público, pueda tener el genuino deseo de ayudar a la gente. Sin embargo, con este acto, sus padres le están dando la peor de las lecciones: que los premios no se ganan con el trabajo digno, con el esfuerzo diario en las calles, sino que se adquieren de forma rápida y sencilla con el dinero del pueblo.
La entrega de este premio comprado no es un reconocimiento, es un daño. Es una forma de decirle que el aplauso fácil y la estatuilla de utilería son más valiosos que la ardua labor de ganarse, día a día, la confianza de la ciudadanía. La familia ha demostrado que prefiere la recompensa inmediata del ego a la recompensa moral que brinda el servicio público honesto.
Unos padres que no tienen pudor en exponer a su hija a este tipo de farsas demuestran su falta de respeto no solo por los ciudadanos de Altamira, sino también por el futuro de sus propios hijos. Les enseñan que el verdadero premio, el que importa, no es el del servicio público, sino el que se compra con recursos que deberían aliviar las necesidades de los más necesitados.