Martín Díaz / La Nube
Mientras en algunas colonias la basura se amontona, los baches se multiplican y la gente sigue esperando lo básico, el gobierno municipal se dio el lujo de entregar patrullas nuevas a la Guardia Estatal. Diez unidades. Nuevecitas. Con valor de casi seis millones de pesos.
El acto ya se concretó. La entrega fue oficial. El Cabildo aprobó, el alcalde Armando Martínez firmó y la Guardia Estatal recibió. Todo en orden… excepto por los detalles que nadie quiere explicar.
Porque si bien la seguridad es importante —nadie lo duda—, en Altamira las prioridades no se patrullan: se caminan. Se sufren. Se viven en carne propia.
Los vecinos de Altamira no entienden cómo el municipio puede “ceder” millones de pesos en vehículos, cuando hay colonias donde el agua apenas llega, los postes llevan meses apagados y los camiones recolectores solo pasan cuando Dios quiere… y eso si va de buenas.
Pero más allá de la inconformidad está la opacidad. No hay rastro claro del proceso de compra. No se sabe si hubo licitación. No se informa qué empresa vendió las unidades ni bajo qué condiciones.
Solo se sabe que costaron $5,698,917 pesos.
Y que el pueblo no tuvo voz ni voto en la decisión.
El discurso oficial, como siempre, suena bonito: “coordinación interinstitucional”, “refuerzo a la seguridad”, “trabajo conjunto con el Estado”.
Pero en la práctica, la pregunta que muchos se hacen es otra:
¿Quién protege a los ciudadanos de un gobierno que olvida a su propio pueblo por quedar bien con los de arriba?
La Guardia Estatal, se supone, tiene sus propios recursos. Tiene presupuesto. Tiene responsabilidades.
Entonces, ¿por qué Altamira —un municipio con carencias históricas— tiene que poner de su parte, mientras los servicios siguen en ruinas?
No es que se esté en contra de la seguridad.
Es que en Altamira, la inseguridad más común no es la del crimen, sino la del abandono.
Y cuando eso ocurre, los gestos como éste —entregar patrullas sin explicar por qué, cómo, ni a qué costo social— no son colaboración: son omisión disfrazada de generosidad.
Nos leemos pronto. Porque en este país la verdad incomoda, el poder se protege… y el cinismo siempre encuentra presupuesto.