Por Martín Díaz / La Nube
El poder, cuando se concentra en manos de un hombre con carácter agresivo, se convierte en una enfermedad que corrompe. No hace mucho, antes de ser Alcalde Eduardo Gattás, protagonizó un episodio que exhibió lo que muchos ya sabían: su incapacidad para controlar la ira.
En un arranque de violencia, agredió físicamente a su propia esposa, hecho que derivó en un pleito legal y puso en riesgo su matrimonio. El episodio, aunque intentaron sepultarlo bajo el silencio, dejó claro que la violencia es parte de su naturaleza.
Tiempo después, en el mismo palacio municipal, Gattás atacó a un periodista que sólo cumplía con su trabajo: preguntar.
Como respuesta, el alcalde no ofreció argumentos, sino un manotazo, y después huyó cobardemente escoltado por guaruras, refugiándose en la oficina que ostenta pero que no le pertenece: la de la ciudadanía. El reportero, indignado, increpó el motivo de la agresión. Gattás, fiel a su estilo, guardó silencio.
Su carácter pendenciero se repitió en un evento político del Gobierno del Estado, donde estuvo a punto de llegar a los golpes con un secretario. El altercado sólo fue contenido por la intervención de otros funcionarios que evitaron que la escena terminara en una pelea vulgar y callejera.
La reincidencia es alarmante. Recientemente, durante un evento público, el alcalde volvió a embestir contra el mismo periodista. Esta vez, argumentó que el reportero había “faltado al respeto” a su esposa —la misma a la que él agredió— porque, según él, su sola presencia la incomodaba.
Gattás llegó con el diablo metido en el cuerpo, amenazó con denunciar penalmente al comunicador y le advirtió que “no fuera grosero” con su mujer.
Lo que en realidad intentaba era intimidar y censurar a la prensa, confundiendo lo público con lo privado.
Un evento oficial no es terreno exclusivo de los afectos del alcalde. Si a la “primera dama” le incomoda que cuestionen a su marido, la solución no es amedrentar periodistas, sino no acompañarlo a actos públicos.
La conducta violenta y reincidente de Gattás no puede normalizarse.
Si el alcalde tiene un problema emocional que no es capaz de controlar, urge que lo atienda antes de provocar una desgracia.
Que se encomie