Martín Díaz / La Nube
Altamira, Tam. – La farsa ha llegado a su punto de quiebre. Mientras el alcalde Armando Martínez Manríquez se empeña en un grotesco carrusel de personajes —lo mismo piloto de lancha en la Nauticopa que cantante de karaoke, bailarín improvisado o «arremedo de boxeador»—, la cruda realidad de Altamira golpea con la contundencia de un grifo seco en los hogares. La farandulización del poder, la puesta en escena de un gobierno obsesionado con el show, quedó brutalmente expuesta cuando un ciudadano, con la desesperación de días sin agua, encaró al edil.
«¡Eres empleado de nosotros, trabaja para nosotros!», espetó el altamirense. La cara sonriente del alcalde, entrenada para los aplausos serviles de los empleados municipales en sus «mañaneras» orquestadas, se le desfiguró ante el reclamo auténtico de un ciudadano de a pie. No era un burócrata obligado a ovacionar, sino un hombre harto de la ineficiencia. Este grito resuena en cada rincón de un pueblo que se siente abandonado. Es la prueba irrefutable de la profunda desconexión entre la administración de Martínez Manríquez y las necesidades más básicas de sus gobernados. Mientras Altamira padece calles destrozadas y sed crónica, el Ayuntamiento derrocha energía y recursos en fiestas, torneos y conciertos, priorizando el espectáculo sobre la dignidad.
La frustración es lacerante. Cuatro años de gobierno y el alcalde se ha dedicado a una incesante gira de «personajes», un desfile de apariciones que consolidan la imagen de un gestor más preocupado por su perfil mediático que por gobernar para el pueblo. La ciudadanía es lapidaria en su juicio: se le ha visto en todas sus facetas, quedando pendiente verlo, por fin, como un alcalde que realmente gobierna.
La «farandulización» del cargo es una bofetada directa a quienes, con sus impuestos, exigen soluciones tangibles, no distracciones. La indignación ciudadana crece, y con ella, la exigencia de que el Ayuntamiento de Altamira abandone el escenario de una vez por todas. Es urgente que asuma su verdadera y única función: gobernar para el pueblo. La frase «usted trabaja para nosotros» no solo le desdibujó la sonrisa; desnudó la cruda realidad de un alcalde que, sintiéndose ya gobernador, ha demostrado ser un pésimo administrador de Altamira.