Por Martín Díaz / La Nube
La historia de Tamaulipas, en sus pasillos del poder, parece condenada a un ciclo de excesos, vanidad y un desprecio por la línea que divide lo público de lo privado. Lo que otrora fueran cabalgatas y paseos en motos de millones de pesos, hoy se replica en el Municipio de Río Bravo, donde el alcalde Miguel Ángel Almaraz Maldonado, emulando a figuras tristemente célebres, parece estar recreando los vicios de sus antecesores, sin aprender de las lecciones, ni siquiera de las de su propia vida.
Recordamos con desazón la era del exgobernador Tomás Yarrington Ruvalcaba. Eran tiempos de cabalgatas ostentosas, de un séquito de pudientes y aduladores que, sin experiencia alguna sobre un caballo, se congregaban en torno al mandatario. Fiestas, excesos etílicos, y, según aseguran voces con conocimiento, orgías que se prolongaban por días, pagadas todas con el erario. Cervezas, whiskies de alta gama, carnes finas y cabritos, los mejores manjares para los «incondicionales» de una figura encumbrada. Se menciona, incluso, la disposición de mujeres y muchachitos para su servicio. Hoy, de aquellos «amigos» que no se despegaban ni un instante, no queda rastro. Todos lo desconocieron, todos lo despreciaron cuando la justicia lo alcanzó. Yarrington fue detenido en Italia en abril de 2017, extraditado a Estados Unidos, se declaró culpable de lavado de dinero en marzo de 2023 y fue sentenciado a 9 años de prisión en marzo de 2024, castigo por una vida de abusos de poder.
La estafeta de la vanidad la recogió su sucesor, Eugenio Hernández Flores, hoy curiosamente vinculado al mismo partido del alcalde Almaraz, el Verde. Con él, la tradición fueron los paseos en motocicletas lujosas, máquinas de millones de pesos exhibidas ante el «infeliciaje» que, con suerte, obtenía un saludo del gobernante. La misma escena: los vinos más caros, los manjares más exclusivos para la élite en turno, siempre a costa del erario público. Los complejos y la ostentación de una clase política que, proveniente de orígenes humildes, una vez empoderada, dio rienda suelta a sus demonios: drogas, poder, dinero, y el acceso a mujeres. Hernández también conoció la prisión, primero detenido en México en octubre de 2017 y luego extraditado a Estados Unidos en octubre de 2022, donde se declaró culpable de lavado de dinero en octubre de 2023 y fue sentenciado a 10 años de prisión en abril de 2024. Su «lealtad» jurada fue tan efímera como el poder que disfrutó.
Hoy, en Río Bravo, el alcalde Miguel Ángel Almaraz Maldonado parece no querer quedarse atrás. Conocido por sus presuntas «borracheras» en el Palacio Municipal y la ya característica «rifa de obras por redes sociales» —un show mediático más que una política pública seria—, Almaraz organizó un reciente recorrido en el pequeño pueblo, rodeado de Racers costosos y ostentosos, y trajes llamativos. Un despliegue de poder en una ciudad que sufre carencias infinitas. El alcalde disfruta de su momento, un anhelo que no fue fácil de cumplir: despachar en la oficina principal frente al emblemático «Cabezón», la presidencia municipal, donde se siente amo y señor, al grado de usarla, según se acusa, como su bar particular.
Almaraz, al igual que Tomás y Eugenio, también conoció la prisión antes de su actual cargo. Sin embargo, en esta «luna de miel» que vive como alcalde, parece ignorar, o nadie le ha dicho, que su puesto es un ente público, no un negocio particular. Que debe acatar reglamentos y, sobre todo, que no puede ser cómplice por omisión de quienes actuaron mal en el pasado, pero tampoco puede responsabilizarlos de su incapacidad como gobierno.
Querer copiar las mañas, los vicios y las costumbres de gobernadores que hoy son figuras malqueridas y enjuiciadas, puede llevarlo a idénticos resultados. La gente que hoy le aplaude sus excesos será la misma que, a la vuelta de dos años, lo señalará para empujarlo al olvido y, peor aún, al desprecio del pueblo que hoy paga el precio de haber elegido a un Alcalde ineficiente y arrogante.